Recientemente, la periodista Begoña del teso ha sido galaradonada con el premio ‘Periodistas vascos’ que otorga la Asociación Vasca de Periodistas y el Colegio Vasco de Periodistas. Colaboradora de El Diario Vasco, entre otros medios, la prestado atención al patrimonio industrial vasco y especialmente al de Gipuzkoa.  La noticia del premio la recogía el periódico: Begoña del Teso, premio Periodistas Vascos por su trayectoria añadiendo que se trata del reconocimiento a una veterana e histórica del periodismo vasco, gran divulgadora y comentarista de cine, que vive el periodismo «con humildad, pasión, tenacidad y entrega», según ha destacado el jurado.

Reproducimos aquí el texto que publicó hace 12 años, cuando la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública, AVPIOP-IOHLEE conmemorába los veinticinco años de las primeras reuniones que, recogiendo el testigo de la Asociación de Amigos del Museo Nacional de la Técnica de Euskadi, trataban de poner en marcha nuestra asociación, que finalmente sería registrada en 1988, bajo la presidencia de Teresa Casanovas.

 

La belleza de la industria perdida

Existen en Gipuzkoa testimonios de un pasado industrial tecnológica y estéticamente rico y turbador

 

«La Asociación Vasca de Patrimonio industrial y Obra Pública, miembro muy activo del International Commitiee for the Conservation of the Imdustrial Heritage, acaba de celebrar sus primeros veinticinco años de lucha felicitándose(nos) por lo mucho conseguido en la salvaguarda, conservacióny restauración de algunas piezas memorables de nuestro pasado industrial, de nuestros hornos, centrales eléctricas, papeleras, ferrerías, o molinos, y llorando amargamente por delitos tan culturalmente terribles como la destrucción de la Fábrica de Gas de San Sebastián (¿qué habrá sido de aquel imponente gasómetro?) o la visión de la draga Jaizkibel oxidándose en los astilleros de Pasaia. Los objetivos parecen titánicos: recuperar y mostrar a la ciudadanía la riqueza fabril, industrial, tecnológica, social, histórica, científica de lugares, fábricas, utensilios, herramientas que no son ruinas sino recuerdo de un pasado de hierro, carbón, agua o celulosa. 

Alta tecnología

El caminante, el explorador, el senderista que recorre, busca o tropieza con los restos del pasado industrial, ferrón, marinero o ferroviario de Gipuzkoa, restos algunos recuperados orgullosamente, en vías de recuperación otros y los demás olvidados por dioses y hombres, se da de bruces con la Historia. Con la Historia grande y con puñados de pequeñas historias humanas. La construcción del imponente viaducto de Ormaiztegi (1863, diseñado por Lavaley) trajo al Goierri a cientos de obreros de toda Europa, especialmente piamonteses, curtidos en la excavación de túneles en Los Alpes. Mucho tiempo después, durante la Guerra Civil, los obreros de los Altos Hornos de Bergara quisieron sabotearlo para detener la llegada de las tropas franquistas. Cuando estas tomaron la villa, los ferrones fueron fusilados. Al penetrar en el fantasmagórico territorio de los hornos de Aizpea, Zerain, donde la Naturaleza se ha apoderado exuberante, cruel y bella de las unidades de calcinación y atrapado las campanas metálicas de carga, nos conmueve la intensidad del trabajo realizado desde épocas medievales hasta bien entrado el siglo XIX (Patricio Echeverría S.A hizo uso durante un tiempo del mineral extraido en galerías que hoy pueden visitarse y transportado por trenes de carga diseñados por ingenieros ingleses y alemanes).

Hoy, estos lugares son Historia y Patrimonio, también exquisita Arqueología de un tiempo y un país pero en su momento fueron igualmente, y por eso maravillan, muestras de la más avanzada tecnología de la época. En Mollarri, Zarautz, los barcos, las barcazas, atracaban junto a las peñas y cargaban el hierro que llegaba desde las canteras ¡de Asteasu! a través de un tranvía aéreo cuyos cables de hierro medían más de once kilómetros y alcanzaban en Andazarrate las mismísimas laderas del Ernio. Las centrales elécticas del Leitzaran son un prodigio de ingeniería y, a su vez, un vestigio perfecto de cómo las gentes que trabajaron allá adaptaron el terreno, las regatas, las laderas a su vida cotidiana. Un colaborador de la asociación de Patrimonio Industrial dio noticia en internet de que en la zona de Ameraun, de cuya explotación se tiene constancia ya en 1415, entre túneles y acueductos fascinantes, quedan restos de puertas y anteparas. Los trabajadores aprovecharon la ladera del monte para crear un frontis y usaron el muro externo de la antepara como pared izquierda. Así tuvieron un frontón, el frontón de paredes más antiguas de los alrededores. No muy lejos, sobre las presas, dos monumentales escaleras cruzan la montaña. Una tiene 500 escalones. La otra mil y corren parejas a las grandes tuberías. 

Anclas para la Invencible

Hoy, grandes ciudades como Birmingham, Cardiff o Liverpool se muestran orgullosas de su pasado y patrimonio industrial. No lo destruyen sino que lo presentan como atractivo turístico y bien cultural. El mismo empeño merece el Coto de Arditurri en Oiartzun, zona minera conocida desde tiempos romanos, clausurada definitivamente en 1984 y explotada en el siglo XIX por la Real Compañía Asturiana de Minas. Fue su necesidad de materiales de plomo lo que dio origen a la industria del zinc en Gipuzkoa. La explotación pasó luego a manos de los iruneses Olazabal, Arbildi y Oruezabal que construyeron el ferrocarril que acarreaba el mineral al puerto de Pasaia y cedieron luego sus derechos a la francesa Compañía de Minas de Arditurri.

En el recuerdo, la espectacular, impresionante, gigantesca batería de ocho hornos de calcinacion de los carbonatos, de la que sólo se conserva su plataforma. Y asombro de tecnología natural la gran rampa inferior que alimentaba el puerto de embarque aplicando, simple y perfectamente, la ley de la gravedad.

Estos lugares están en proceso de recuperación. No así una localización absolutamente extraordinaria, abandonada en el camino de Ereñozu, no lejos del restaurante Fagollaga. Donde hoy se apilan cajas de cerveza y congeladores en desuso estuvo la Real Fábrica de Gipuzkoa de Anclas, fundada en 1750, proveedora de la Armada Española. Hoy, árboles imperiosos han echado raíces en su tejado».