En 1992, la publicación Kultura Teknikoa editada por la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Pública, AVPIOP, publicó un artículo del historiador Alberto Santana sobre la magnifica arquitectura de las instalaciones que la Compañía de Maderas había construido en La Salve, junto a la Ría y que, aunque abandonadas, se habían mantenido dignamente en pié hasta aquellas fechas. La construcción del Museo Guggenheim las condenaba definitivamente a la desaparición y, dado que todas las gestiones realizadas por nuestra asociación para que se tratara de encontrar una solución que hiciera posible compatibilizar la construcción del museo con el mantenimiento de la nave y chimenea del aserradero, habían fracasado, se trataba de reivindicar, al menos, que quedase alguna constancia del patrimonio perdido. Finalmente, la Diputación Foral de Bizkaia se comprometió a realizar un levantamiento de las instalaciones y a realizar una publicación, de la cual escribiremos más adelante. Hoy reproducimos el artículo mencionado:

 

Panorámica de Bilbao. A la derecha las instalaciones de La Compañía de Maderas hacia 1900 / Colección J. Cárcamo

Lo que perdemos con el Guggenheim

 

Si las cosas no se tuercen –que nadie lo desea- dentro de muy pocas semanas veremos una caravana de excavadoras y vehículos pesados avanzar por la bilbaína Campa de los Ingleses, dirigiéndose hacia los bajos del viaducto de La Salve para iniciar los trabajos de acondicionamiento del solar en el que va a ser construido el Museo Guggenhiem.

La primera fase de las obras apenas durará unos días, y tendrá como objetivo demoler el viejo edificio de La Compañía de Maderas: una de las fábricas más bellas de la historia industrial del País Vasco, próxima a cumplir un siglo de existencia.

Con la firma, el pasado 27 de febrero en Nueva York, de un acuerdo definitivo entre los máximos responsables de la Administración Autónoma y de la Fundación americana Solomon Guggenheim se ha dado luz verde al proyecto de creación de un espectacular centro de arte vanguardista junto a las turbias aguas del Nervión. El futuro Museo, cuya construcción supone una multimillonaria inversión económica –el presupuesto inicial es de 10.000 millones de pesetas-, se ha presentado como una apuesta para revitalizar culturalmente Bilbao y se prevee que tenga una incidencia notable tanto en la recuperación urbanística de la ribera portuaria de Abando como en la reactivación financiera de la ciudad. Aunque es probable que muchas de las predicciones contenidas en los estudios previos de viabilidad estén hechas para regalar el oído de quien las encargó y pequen de excesivo optimismo, en especial las que se refieren a los beneficios económicos que puedan derivarse del proyecto, ello no obsta para que con la apuesta pueda darse por cierto el logro de algunas ganancias seguras. En contrapartida, también hay algunas pérdidas insalvables que no deben pasarse por alto.

Lo que ganamos –pagándolo, naturalmente- es un inmenso edificio de servicios, dotado de una imagen potente y populista, y firmado por Frank Ghery, que pasa por ser el mejor arquitecto estadounidense del momento. No cabe duda de que su silueta, al margen de posibles controversias de gusto, está destinada a convertirse en el emblema y bandera de identidad del Bilbao del 2000 ante el mundo.

Lo que también ganamos, y constituye el apartado medular del acuerdo con los americanos, es el derecho de acceder a una colección excepcional de cerca de 10.000 obras de arte, entre las que se incluyen 250 piezas capitales para la historia universal. Y además, la posibilidad de contemplar temporalmente en régimen de intercambio algunas de las mejores exposiciones de plástica contemporánea que se organicen en Europa.

Hasta aquí, en síntesis, lo que con certeza podemos anotar en la columna del “Haber”. Sin embargo, es obligado preguntarse ¿qué perdemos con el Guggenheim?

Las instalaciones de La Compañía de Maderas unos años antes de su demolición / Foto Iñaki Uriarte.

 

Con razones bien fundadas, y que hasta ahora nadie ha desmentido, se ha difundido el temor a que el Museo Guggenheim devore la parte del león de los presupuestos de cultura de la Comunidad Autónoma condenando a morir de inanición a muchos de los proyectos e iniciativas que hasta hoy se atendían, al menos parcialmente, con fondos del erario público. Sin embargo, con ser éste un gravísimo problema que podría cuestionar globalmente el proyecto, no es de él del que queríamos tratar en estas páginas, sino de una pérdida más específica, que nos afecta directamente como devotos del patrimonio industrial y que ha pasado desapercibida para los especialistas, la prensa y el público en general: la desaparición del antiguo aserradero de vapor de La Compañía de Maderas.

El edificio de la vieja sierra es una gran nave de ladrillo dotada de chimenea, y fue proyectado por Gregorio Ibarreche en 1908. Está abandonado desde hace cuatro décadas, pero es el último elemento superviviente del vasto conjunto de instalaciones industriales que erigió la Compañía en Bilbao desde principios de los años ochenta del siglo pasado. Es también el elemento más valioso.

La sociedad noruega Compañía de Maderas, fundada en 1874, llegó a ser una de las primeras empresas de carpintería de construcción de Europa, Al poco tiempo de su constitución abrió una casa filial en España que llegaría a contar con delegaciones en Madrid y en los principales puertos de la península (Bilbao, Santander, Pasajes Gijón, Alicante y Huelva). La sucursal de Bilbao fue la pionera de todas ellas y en su creación intervinieron cuatro socios promotores de origen escandinavo: Federico Langaard, Jorge Iversen, Julio Herman y Frithjof Plahta, aportando un capital inicial de un millón de coronas.

Remontando el curso del Nervión, sus esbeltos barcos de vela depositaban la carga de troncos procedente de los grandes bosques nórdicos en el centro de Bilbao, donde se aserraban y almacenaban en pilas para su secado y curación. La mayor parte de la superficie útil de la empresa estaba dedicada a muelles y anodinos depósitos cubiertos con tejavanas, pero en 1908 se planteó la construcción de un edificio de mayor dignidad que ofreciese una atractiva imagen pública de la Compañía y, al mismo tiempo, sirviese para alojar las oficinas, vestuarios y el taller mecánico.

Vista interior del aserradero de La Compañía de Maderas unos años antes de su demolición / Foto Kultura Teknikoa, 1992.

 

Con este propósito se contrataron los servicios de Gregorio de Ibarreche, una de las firmas de mayor prestigio de la prolífica generación de arquitectos eclécticos bilbaína, contemporáneo y a veces competidor, de Smith, Guimón y Garamendi. De su versatilidad y capacidad retórica como proyectista son buenos testimonios algunas de las construcciones más representativas de este ángulo de la ciudad, como el palacio Sota (actual sede social del Athletic Club) y el destripado Depósito Franco de Uribitarte: otra obra de carácter portuario e industrial que se enfrenta a un destino incierto.

Ibarreche fue uno de los primeros arquitectos locales en atreverse a aplicar ornamentación y el discurso de los estilos a una instalación fabril, uniéndose así a la experiencia de numerosos colegas europeos y eludiendo el tradicional “feismo” utilitario con el que se vestía la industria pesada vasca. La suya era una actitud sustancialmente conservadora, pero sin duda fruto de una madura reflexión sobre el papel que debía jugar la fábrica en la configuración del paisaje urbano.

El aserradero que ahora va a ser derruido fue el ejemplo más precoz de esta línea de conducta. El edificio, co más de 1.600 metros cuadrados de superficie distribuidos en una planta trapezoidal, ofrece al exterior un flexible envoltorio de ladrillo visto con el que se articulan distintos juegos de textura y color. Por su parte, la fachada principal repropone los esquemas compositivos del clasicismo conventual del siglo XVII, mientras que en los alzados laterales el muro casi desaparece perforado por una sucesión ininterrumpida de amplios portones en arco rebajado. El tubo rojo de la chimenea de la vieja caldera de vapor se eleva limpiamente por encima de los tejados caídos y remata las instalaciones con una alegre cadeneta blanca de dibujos geométricos.

Chimenea de La Compañía de Maderas unos años antes de su demolición / Foto Iñaki Uriarte.

 

El frente más próximo a la Ría está ocupado por una amplia y luminosa nave en la que se alineaban las sierras mecánicas y máquinas machihembradotas, accionadas por un sistema de embarrados y poleas, mientras que en el extremo opuesto, en cuatro estancias separadas se alojaban la cuadra de trabajadores, la caldera principal Babcock & Wilcox, una caldera auxiliar De Naeyer y la caja de humos de la chimenea.

Todas las instalaciones, pero de modo particular la nave, por sus diafanidad, dimensiones y ausencia de soportes internos que la compartimentasen, ofrecían múltiples posibilidades para acoger cualquier proyecto de reutilización inteligente, ya fuese de tipo industrial o de servicios, pero esta es una alternativa que no se ha tomado en cuenta. No quiero ocultar que personalmente hubiese preferido que el futuro Museo Guggenheim las respetase, bien integrándolas dentro de un organismo mayor o desplazándose él mismo unos pocos metros para garantizar la supervivencia de la vieja fábrica. Sin embargo, el individualismo y la propia espectacularidad que la Fundación ha exigido al proyecto de Frank Ghery hace incompatible la presencia de otros elementos con identidad propia en el entorno.

Sin ninguna exageración se puede afirmar que el aserradero de La Compañía de Maderas es uno de los hitos de máximo rango en el maltrecho panorama de nuestro Patrimonio Industrial. Podemos aceptar –no sin tristeza- que deba ser sacrificado en aras de un bien mayor, pero en tal caso deberán dispensársele las honras fúnebres que merece y no una despedida clandestina “a la francesa”. Antes de ser demolido el viejo pabellón de ladrillo debe ser objeto de un pormenorizado estudio y una publicación que preserve su memoria histórica, aún a riesgo de desatar una nueva polémica social. Después podremos enterrarle, siendo plenamente conscientes de lo que perdemos con el Guggenheim.

 

Alberto Santana

Historiador

 

ARCHIVO: BOLETÍN KULTURA TEKNIKOA

2019/01/12 Historia del Museo de la Técnica de Euskadi: (VII) 1992: La situación 10 años después de su gestación

 

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