Mural. Vitoria-Gasteiz, de ciudad levítica a capital industrial de Euskadi / José Eugenio Villar.

 

Cuando en 1884 se celebró la Exposición Alavesa de Vitoria en el Instituto Provincial, transformado en Palacio de la Exposición, se dispuso un Salón de la Industria en el que debían estar representadas las manufacturas vitorianas. Se expusieron, desde privilegios de invención, como el colchón de muelles “reducible·” de Elizagarate o los naipes de Fournier, hasta espejos, correas de cuero, platería, cepillos, hilados y botones, cocinas económicas, dentaduras, etc, algunos fabricados en pequeños talleres artesanos, otros habiendo ya incorporado maquinaria de vapor en su aparato productivo.

Estaban quedando atrás los siglos de producción artesanal mediante la cual se habían fabricado la orfebrería, las armas, los muebles, la vestimenta, y cualesquiera objetos de cerámica de uso doméstico.

Habían pasado casi dos milenios desde que en  Iruña-Veleia se fabricaran las primeras vajillas y recipientes de barro rojo, la terra sigilata común de época romana. También remotos en el tiempo quedaban los siglos de la Baja Edad Media, de los cuales procedían otros restos cerámicos aparecidos en excavaciones realizadas en diversos lugares del casco primitivo de Vitoria: jarros y jarrillos, ollas, escudillas, orzas, platos grandes y pequeños, así como también coladores o moldes de fundición para la fabricación de quesos. Algunos con superficies lisas, otros con una simple decoración de estrías, pero muchos ornamentados con colores pardos, verdes o con azul del óxido de cobalto.

Al finalizar el Antiguo Régimen, Álava era un territorio netamente agrícola. Más del 60% de su población activa se empleaba en un sector primario poco competitivo. Como ejemplo, sólo a partir de 1860 se documentan las primeras sustituciones del arado romano por el bravant de vertedera.

Sin embargo,  en el contexto de la industrialización vasca, a Álava le correspondía liderar la producción agroalimentaria y a su capital la instalación de talleres que transformaran la materia prima procedente del mundo rural. Pero la base de esa primera industrialización alavesa se sustentaba en sectores de corte artesanal que difícilmente podían liderar una profunda transformación y modernización como lo estaban haciendo las cercanas Bizkaia y Gipuzkoa.

No obstante, como en tantas otras regiones europeas habrá que esperar al último tercio del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX para que en verdad se atisbe el despertar de la revolución industrial en Vitoria. Para entonces ya se encontraban funcionando la fábrica de transformación de grasas de Lascaray y la de naipes de Fournier. En 1862 pasaba por la ciudad el primer tren y en pocos años se iba a producir una efervescencia emprendedora que dará ligar a la creación de  La Maquinista de Álava, La Industrial Alavesa, El Porvenir Industrial, La Metalúrgica y Sierras Alavesas, financiadas con capitales en parte procedentes de la repatriación de algunas fortunas tras la crisis colonial de 1898. Con todo, la mayoría fueron tentativas fallidas o abortadas, algunas incluso antes de su ejecución. Las instituciones financieras potenciaban las inversiones inmobiliarias en detrimento de la industria,  y las gentes del campo sólo eran el ejército de reserva de mano de obra barata de las fábricas vizcaínas y guipuzcoanas. Por tanto, la expansión industrial de Álava desde fines del XIX hasta 1950 fue limitada, siendo la demanda superior a la oferta y estando representada ésta por diversas pequeñas empresas, con evidente retraso en el nivel técnico y de consumo que tanto a Vitoria como a Álava le correspondían.

A pesar de estos inconvenientes el cambio hacia la industria estaba empezando ya a operar: La Azucarera de Vitoria, La Panificadora Vitoriana (1903) o Electra Harinera (1901) son muestras de los nuevos tiempos. De la asociación de Aranzabal y Ajuria nacerá una gran factoría vitoriana, dedicada a la elaboración de aperos de labranza. El sector secundario se ponía por primera vez a la cabeza en el número total de personas ocupadas.

Pasadas la crisis de los treinta, la guerra civil y los difíciles años de la autarquía, se produce el auténtico despegue industrial alavés. El año mágico fue 1950, porque  marcó definitivamente el inicio de un proceso de cambio radical: una industrialización tardía, pero extraordinariamente acelerada.

A partir de entonces se revaloriza Vitoria. La ciudad es capaz de ofrecer suelo barato y buenas comunicaciones a establecimientos fabriles de las provincias hermanas. Empresas vizcaínas  y del valle del Deba, desde donde se produjeron traslados de factorías completas con todos sus empleados.  Estas nuevas fábricas se van a ir situando en los alrededores de la capital alavesa, dedicándose a la fabricación de furgonetas, bicicletas, componentes del automóvil, a la laminación y a la máquina-herramienta.

Además, la iniciativa foral estuvo en la base de la expansión industrial de Vitoria. Pero junto a ella, la abundancia de suelo, el régimen fiscal derivado del mantenimiento de los Conciertos Económicos y la abundancia de mano de obra preparada en las escuelas de formación profesional.

En los años cuarenta ya se habían instalado empresas como  Areitio,  Bicicletas Iriondo (CIL), Esmaltaciones San Ignacio y se habían trasladado y ampliado otras ya existentes como Fournier.  En la década siguiente se produce además una “carambola formidable”.  Ante la seguridad de que la casa francesa Citröen se ubicaría en Vitoria, el Ayuntamiento adquirió  una gran extensión de terreno rústico situada en los municipios vecinos de  Gamarra y Betoño. Lo cierto es que finalmente la empresa francesa optó por instalarse en Vigo. Sin embargo, lo que parecía un traspié supuso la posibilidad de aplicar efectivamente el control de la industrialización que desde el Ayuntamiento se buscaba. Los terrenos adquiridos componían una amplia zona de suelo industrial bien comunicado  con  Guipúzcoa y Vizcaya,  y lo suficientemente alejado del centro urbano.

Para entonces lo “industrial” ya se había convertido en nuevo rasgo identitario de la ciudad. La ubicación de empresas como Zayer y Forjas Alavesas arrastraba a otras del sector de la forja y máquina-herramienta. Y llegaba Imosa-DKW, antecesor de la actual Mercedes; Gabilondo se trasladaba desde Elgoibar; Lascaray montaba su nueva planta en Arriaga y  KAS en el portal de Gamarra, donde también se ubicaba Cegasa a mediados de los años sesenta. La confirmación de Vitoria como potente urbe industrial  se produjo con la llegada de la Michelin, primera multinacional que se instalaba en la ciudad, iniciando su producción en 1966.

El cambio era evidente. Para 1981 Álava ya no era un territorio eminentemente agrícola: el 50% de su población activa se ocupaba en la industria, frente al 37% de los servicios y el 6% de la agricultura. Al mismo tiempo, la capital alavesa acababa por suplantar el carácter industrial que otras ciudades y comarcas de Euskadi habían poseído desde los comienzos de la revolución industrial en los territorios vascos.

Y por último, a finales del siglo XX, llegó la tercera revolución industrial y con ella una nueva generación  de empresas y una nueva ubicación, el Parque Tecnológico de Miñano. Industrias relacionadas con las nuevas tecnologías de la comunicación, con los nuevos materiales  de fabricación y con los nuevos sistemas de energía: Tecnasa, Gamesa, Guascor, Lantek, Egamaster

 

José Eugenio Villar Ibáñez, Vicepresidente

AVPIOP-IOHLEE

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