Publicidad de Proyectores y Accesorios Cinematográficos Da-Ex. / Fuente: IEXCE Industrias

El 28 de diciembre de 1895 los hermanos Lumière revolucionaron el concepto de ocio y espectáculo. Ese día tuvo lugar en el Salon Indien del Gran Café de París la primera proyección cinematográfica pública y de pago. Había nacido el séptimo arte. Desde entonces, sentarse en una sala de cine es sinónimo de emoción: tristeza, ternura, sorpresa, ilusión, hilaridad, terror, melancolía, o, incluso, aburrimiento. Nada de eso sería posible si, a nuestras espaldas, se detuviera la magia del cinematógrafo, que no es otra que la de un equipo proyectando imágenes, a razón de 24 fotogramas por segundo.

Las cabinas de proyección eran también un mundo de cine, éste muy real. Y la industria vasca se coló en muchas de ellas a partir de 1944, cuando Daniel Extremiana Ruiz, tornero de la Babcock & Wilcox y operador de cine del Teatro Principal de Portugalete, transformó su pequeño taller de reparación de cinematógrafos del barrio de Beurko, en Barakaldo. Ese año, Extremiana pasó de fabricar y reponer piezas sueltas de los vetustos proyectores que poblaban la mayoría de las salas a producir sus propios modelos, a los que llamó Da-Ex (un acrónimo de su nombre y primer apellido). Los Da-Ex presentaban un motor que se acoplaba directamente (sin cadenas, engranajes ni correas de transmisión), pero su principal aportación era que mejoraban la sincronización entre el obturador y el paso de la película. Esto se hacía por medio de tres elementos: un rodillo que arrastra la cinta de celuloide hasta el ventanillo fijo de proyección; un engrane helicoidal que sincroniza todo el mecanismo con el obturador; y un husillo que permite regular la obturación. Gracias a estos sistemas, no sólo dotó de nuevas máquinas a los mayores cines del momento (como los míticos Olimpia e Izaro de Bilbao o el salón del Gran Hotel Deba); también fabricó los proyectores de prácticamente todas las salas de barrio y locales parroquiales del País Vasco. Allí creció la afición al cine de varias generaciones.

Proyector Super Da-Ex en el vestíbulo del Teatro Barakaldo. / Foto: Amaia Apraiz (2019)

Nuestro cinematógrafo proviene, precisamente, de una de esas salas. Fue adquirido en 1968 por el colegio bilbaíno de Nuestra Señora del Pilar, y funcionó en su salón de actos durante 25 años, hasta que en 1994 la propia congregación de franciscanas lo donara para la colección de Patrimonio Industrial Mueble del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco. Y no se trata de un proyector cualquiera: es un Super Da-Ex, el modelo más importante de entre los que salieron de la empresa Proyectores y Accesorios Cinematográficos Da-Ex. Y es que Extremiana creó un sistema que facilitaba sobremanera el trabajo en la cabina cinematográfica. El ventanillo de proyección de los Super Da-Ex era refrigerado, de manera que, a pesar de la fricción, la película no se calentaba y agarrotaba, reduciéndose así el peligro de que ardiera el celuloide, una de las mayores preocupaciones de quienes operaban en las salas de cine. El modelo mejoraba, además, la luminosidad y la potencia del foco.

El Super Da-Ex pasa por ser un sistema que superaba a los mejores proyectores estadounidenses del momento. Es, sin duda, un invento de cine y un hito fundamental para la industria vasca; un objeto que combina creatividad, ingenio y, por qué no, una pizca del glamour de Hollywood en su cuidado diseño. Este objeto, uno de los pocos de la colección que no se encuentra depositado en Konsoni Lantegia, ha participado en varias exposiciones y hoy puede verse en el vestíbulo del Teatro Barakaldo. Desde allí rinde homenaje a su creador, pero también a todas las personas que, gracias e estos artilugios, nos hemos emocionado en una sala de cine.

Si quieres saber más sobre esta pieza o sobre la colección de Patrimonio Industrial Mueble del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco depositada en Konsoni Lantegia, puede compartir tus preguntas y comentarios con el hashtag #PatrimonioIndustrialEnCasa

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